RECUERDOS DE JEAN CHARLOT[1]

Manuel Maples Arce

 

Conoc’ a Jean Charlot a principios del a–o veintiuno, pero no recuerdo bien las circunstancias ni la imagen inicial de nuestra amistad. À Fue en la casa de Frances Tour, la folklorista norteamericana, directora de Mexican Folkways o en casa de Anita Brenner, la perspicaz periodista e investigadora de nuestra vida popular ? En aquellos a–os era un buir de inquietudes e incitaciones. Terminaba una larga revoluci—n que sirvi— para descubrirnos a nosotros mismos. La educaci—n pœblica cobraba un ’mpetu nuevo. Un grupo de poetas buscaba nuevos horizontes para la poes’a. Los pintoras expon’an a los ojos del pueblo en los muros de las bibliotecas, escuelas y edificios pœblicos la dialŽctica de su obra pict—rica asociada a la revoluci—n y a los anhelos estŽticos y morales que de ella surg’an. Entre estos pintores figuraban Diego Rivera, JosŽ Clemente Orozco, Alfaro Siqueiros, Alva de la Canal, Ledesma , Revueltas, Leal y otros m‡s, empe–ados en una obra original y grandiosa. MoviŽndo se en aquel grupo, con su talante sereno y pac’fico veo a Jean Charlot reciŽn llegado de Francia, su tierra natal. Era un esp’ritu distinto, pero por su tolerancia, su fino humanismo y su amplitud de visi—n, armonizaba con los dem‡s. 

En ocasiones convers‡bamos en los corredores de la Secretar’a de Educaci—n Pœblica donde pintaba un panel, al lado de otros de Rivera y Amado de la Cueva, o en las escaleras del patio central de la antigua Preparatoria, esplŽndida arquitectura que ennobleci— con una pintura de la conquista, en que combaten guerreros abor’genes contra acorazados conquistadores, una obra impresionante por su movimiento, su fuerza y su significaci—n estŽtica y moral.

Como un sue–o oigo la palabra suave de mi amigo, su reflexi—n justa y medida, su comprensi—n humana. Nuestros paseos por las calles del viejo MŽxico y sus cafŽs en que exaltados por proyectos y nuestra propia juventud sosten’amos horas interminables de pl‡tica. Un esp’ritu religioso trascend’a del alma de Charlot conciliado con su obra pict—rica de tan alto sentido moral. En la obra pl‡stica de Charlot hay siempre un sentido popular, pero no vulgar. Le gustaban los grabados de JosŽ Guadalupe Posada o las pinturas de planos geomŽtricos e ingenuas concepciones de las pulquer’as. Gozaba ante estas manifestaciones del alma popular. En m‡s de una ocasi—n nos hemos detenido ante estos espect‡culos de la experiencia pl‡stica del pueblo.

De uno de mis primeros poemas, Urbe, hizo una preciosa edici—n, que a pesar de la modestia de sus materiales, sigue siendo un modelo de gracia y elegancia. No sŽ que extra–o destino empujaba nuestras vidas; Charlot vino a MŽxico en busca de hondas tradiciones; y yo, con mi frivolidad juvenil me iba al Par’s de la moda y la modernidad. Cuando el destino volvi— a reunirnos en Honolulu durante mi misi—n diplom‡tica al Jap—n para establecer la primera embajada de MŽxico, me ense–— los tesoros de su pintura mural, como un mito perdido en aquellas islas ce–idas por el Pac’fico azul. Charlot era el mismo hombre tranquilo, de agudo ingenio, amante de la creaci—n y del ser interior, un fino esp’ritu, un hombre de clara verdad. 

 



[1] From a two-page typescript in the Jean Charlot Collection. The article was originally published in Stefan Baciu: Jean Charlot: Estridentista Silencioso, Editorial "El CafŽ de Nadie," Mexico, 1982, pp. iii f.  No date provided.  Copyedited by John Charlot.